Me lo merezco
Voy a tocar un tema que a partes puede incomodar, al igual que dar luz y visibilidad para darle el valor que se merece… sentirnos vulnerables.
Hace más o menos un año, pasé por una experiencia que me removió mis cimientos e hizo tambalear los ideales de futuro que en mi mente se habían forjado desde bien pequeña.
Este artículo va a estar relatado en primera persona, hablo sobre mí, sobre mi sentir y mi experiencia. De esta forma soy muy consciente que dejo al descubierto un trocito de mi y con ello, me siento vulnerable, desprotegida, ante las personas que puedan escucharlo.
Sin embargo, también me da un punto de satisfacción, de valentía, al ser capaz de transmitir desde mi profundo sentir y dejar ver lo que hay detrás, y nunca mejor dicho, de la voz que escuchas, dejar ver parte de la persona que soy.
Partimos desde mis ideales de futuro, mis objetivos a largo plazo, que estaban en mi mente desde que tengo uso de razón, como se suele decir.
Desde bien pequeña, me apasionaba la comunicación. Ya no sólo porque, haciendo honor a ese deleite, era muy extrovertida, me gustaba leer, escribía mis propias redacciones sobre mi sentir, mis ideales, y también mis propias fantasías, sino que también admiraba, cual cantante favorito, a los presentadores de los programas de noticias…sí, un gusto peculiar para una niña de 6 o 7 años.
Me fascinaba escucharlos hablar, la forma en que hacían fácil y comprensible cualquier tipo de noticia, incluso, me aprendía sus coletillas periodísticas como la de mi presentador preferido Ernesto Saenz de Buruaga que decía al terminar el programa “así son las cosas y así se las hemos contado” Desde entonces, a la pregunta qué quieres ser de mayor, pues la respuesta era: periodista.
Como todos y todas sabemos, esos ideales van cambiando por unas u otras razones. En mi caso, mis estudios de secundaria fueron orientados a la rama de letras puras: lengua y literatura, latín, griego…estaba en mi salsa.
Todo ello con el fin de encauzar mis estudios universitarios en la carrera de periodismo. Para ello, sabía que tenía que salir fuera de mi isla, ya que aquí no se impartía tal enseñanza. Y a la vez, mi afán por seguir aprendiendo y favorecer, o así creía yo, mis estudios, me seguía motivando leyendo todo tipo de libros, formé parte del periódico del instituto, yo misma hacía mis pinitos delante del espejo como si estuviera retransmitiendo las noticias…y seguía copiando esos guiños de los periodistas de informativos del momento.
Llegó el día de recibir las notas de la temida selectividad y sí, sí era posible acceder a esa titulación, la nota me permitía entrar en esa especialidad. Subidón del bueno, autoestima a tope, el cuento de la lechera ya estaba haciéndose eco en mi cabeza….Después de celebrarlo con mi novio, que hoy es mi marido, tocaba hacerlo con mi familia.
Y ahí estaba yo, radiante, desprendía buen rollo por todos lados, emocionada y nerviosa, para qué negarlo…Y con esa estampa, me presenté ante mis padres para darles la buena noticia a la que ellos me recibieron con un “no va a poder ser”
Así, como te has quedado tú, pues me quedé yo, después de estar construyendo mis sueños durante 10 años o más, estudiando para ello, haciendo cada vez un poquito más creíble mi futuro, sólo resonaba un “no va a poder ser”.
Esta respuesta tenía mucha chicha detrás; “tienes que irte fuera”, “económicamente no es sostenible”, “es mucho tiempo”…y así un sinfín de frenos que hacían cada vez más difícil que ese coche en el que me había imaginado, pudiera tan siquiera arrancar.
Aquí fue donde comprobé, quizá de manera más arrebatadora, el sentirme vulnerable. Después de poner sobre la mesa día tras día mis sueños, mis ilusiones, hacer visible mi tenacidad para lograrlos, prepararme para ello, preparar también el terreno en mi familia durante los años previos y sobre todo, hacer consciente que no se trataba de un capricho sino que estábamos hablando de mi futuro, fue más que un jarro de agua fría.
No había plan B, no había lugar a dudas, era sí o sí. Así que tocó recoger uno a uno cada uno de los pedacitos que se fueron descomponiendo de mi persona, de mi ser, de mi integridad, de mi coherencia, de mi honestidad, de mi felicidad y entregárselos a la vulnerabilidad.
Ahora tocaba dejarme sentir, lamerme mis propias heridas, ya que nadie más lo iba a hacer, y de alguna manera tenía que retomar eso que llamaban estar viva.
Tuve que probar suerte en otros estudios universitarios que me sirvieran de distracción, y como ensayo y error me matriculé en Derecho y sólo finalicé el primer año, luego no tenía rumbo. Pues como te gustan los niños, haz Educación Infantil.
Y allá que fui, como títere sin cabeza, cumpliendo con expectativas ajenas. Me quise salir, pero esta vez la presión externa no me dejó. Cada vez esa herida me hacía más vulnerable y con ello, me dejaba manipular y no dejaba que me sintiera libre de decidir por mí misma. De mostrar quién era…sólo mostraba cómo querían verme los demás por miedo a que me hicieran más daño.
Por fin finalicé los estudios estipulados y me sumergí en el campo laboral específico de dichos aprendizajes. Porque ya trabajar, trabajaba durante toda mi etapa de estudio universitario para costearme mis gastos y también otros gastos generados por los demás. Y bajo esa presión, conseguí mi primer empleo de maestra.
Nada más lejos de la realidad, en vez de una escuela infantil, parecía un ejército. Esas fueron mis primeras impresiones del sistema educativo que estaba presente en ese centro escolar. Para nada, congeniaba con esa estructura férrea y dictatorial que estaba presente, y mi cuerpo me lo hizo saber rápidamente teniendo que estar de baja médica durante varios meses, en los cuales, la presión por parte del equipo del propio colegio no fue un apoyo y mi fragilidad y debilidad, tanto física como mental, dejaba asomar cada vez más ese lado vulnerable que acaparaba gran parte de mí.
Demos un gran salto temporal, ahora estamos aquí, en este preciso momento, estás leyendo este artículo y te preguntarás…¿por qué no hice lo que quería? ¿Por qué dejaste ver tu lado sensible que tanto daño te hizo?
Pues déjame que te diga, que hoy en día estoy haciendo lo que quiero, lo que amo. Disfruto con estos pedacitos de mi que he ido reconstruyendo a medida que la vida con sus experiencias me ha ido dando la oportunidad de verme, de mostrarme y de aprender de esa maravillosa desfragmentación de la que tuve que ser partícipe.
Todos los aprendizajes han sido grandes retos, que me han dado la oportunidad de estar siempre como en el filo de un abismo y allí mismo, no quedarme otra forma de expresarme y hacer valer mi propia decisión. Así que una vez tras otra era cuestión de agarrarme fuerte a mí misma, de abrazar mi vulnerabilidad, saltar y confiar.
Así que sí, otra vez salté y confié en mi misma y dejé un puesto de trabajo estable, sin tener derecho a nada económicamente, para aventurarme en mi ilusión, en mi camino, en mi resurgir como persona íntegra y coherente con su sentir y poder hacer honor a mi pasión por la comunicación desde aquí, desde este podcast, desde mi esencia de querer acompañar a muchas personas en sus propios procesos de cambio como coach, de ver y ser partícipe de la educación desde una perspectiva más amable y compasiva como coach educativo y de atravesar el apasionante mundo de las emociones y comunicar desde el sentir como especialista en inteligencia emocional.
Todo ello da sentido y valor a esos planes de futuro que esa niña de 6 años soñaba y fantaseaba y que tal vez, no pudo satisfacer de la manera que ella había pensado, aunque, sin embargo, la raíz seguía y sigue latiendo en mí para que de esta forma pueda transmitir todo eso que un día, la vulnerabilidad me dio la oportunidad de manifestar desde una nueva mirada.
Gracias, a todo lo que ocurrió en mi vida, soy ahora lo que me permito ser. Y sólo reconociendo el lado más débil, frágil y doloroso de mí, he podido reconstruir y dar más fuerza a mis habilidades y potencialidades. Siempre desde una mirada honesta y coherente conmigo misma.
Como has podido comprobar, todo esto que te he contado aquí, para mí tiene un gran valor. Es una pequeña puerta que he dejado entreabierta para que puedas entrar, si quieres, en mi mundo, y puedas conocer a esta persona que semana tras semana va exponiéndose un poco más y así va cumpliendo retos, objetivos y siempre con la timidez de exponerme y sentir que me descubro ante todos y todas.
Esta vez voy a ser yo quien me de la palmadita en la espalda, quien me diga gracias por confiar en mí y también gracias por dejar sentir mi vulnerabilidad para que la incomodidad se vuelva agradable.
Me lo merezco...
Carmen Martín Fernández